Gustavo Sobel
En la conversación de la presentación del Seminario 14, Fabián Naparstek subrayó que los aportes a la clínica le dan su actualidad y vigencia a este Seminario. Punto de vista que comparto y que me dio el pie para trabajar algunas referencias que están en la última clase de este Seminario sobre la interpretación. A partir de definir este rasgo de trabajo, comienzo por puntuar los aportes que se realizaron en esa noche de Escuela y que me resultaron conducentes a este trabajo en el cartel.
Gustavo Moreno, en su presentación, ubicó con relación al recorrido de un análisis cómo lógica y fantasma se articulan. Al respecto, afirmó que "los impasses y declinaciones de la construcción lógica que implica el trayecto de un análisis […] [son] condición de posibilidad para que pueda efectuarse otra respuesta del lado del sujeto a la inercia de goce que imprime dicha coagulación". Con Miller podemos decir que, en términos conceptuales, "lógica del fantasma" y la "lógica de la cura" se equiparan de tal modo que "Si este programa de la cura lleva a reconocer lo que es imposible en el deseo debe a sí mismo llevar a reconocer lo que es posible, precisamente, lo que es posible de la pulsión y de la satisfacción".[1]
En tal sentido, se trata de poder ir más allá del impasse de la lógica del significante, el inconsciente y el deseo para "perturbar esa defensa que el sujeto constituyó como ventana sobre ese real, desordenarla, para obtener una fractura de la fórmula del fantasma y liberar al sujeto de la relación fija que estableció con el objeto",[2] como bien señaló Silvia Salman en su presentación.
Entonces, aquí viene la pregunta que propongo al trabajo esta noche: ¿es la interpretación la operación analítica que va en esta dirección? Y anticipo una respuesta: sí y no. En esto se juega la tensión entre la interpretación y el acto analítico, tensión que está determinada por la posición del analista. A partir de esta pregunta quisiera puntuar tres cuestiones que me interesaron especialmente de la última clase que lleva por título "El axioma del fantasma".
Lacan, en este capítulo, plantea la estrecha relación de causalidad que hay entre la regla de la asociación libre y el inconsciente intérprete. De tal modo que, una vez que se promulga y aunque no se explicite, "en última instancia lo que ahí se plantea como aquello que ha de buscarse no es otra cosa que la verdad. Esta verdad debe buscarse en las fallas de los enunciados".[3]Pero ¿cómo se define esa "verdad"?
En torno al problema de la verdad, a esta altura de su enseñanza, hay que hacer una distinción entre la interpretación como "efectos de verdad" y el lugar de la verdad "en reserva" que ella produce. Lacan plantea[4] que estas "fallas de los enunciados", al mismo tiempo que implican "la incapacidad de toda Bedeutung para encubrir lo que ocurre con el sexo", son también la vía para que se produzca "la revelación de algo que es la verdad de la estructura" que es el objeto a.
De este modo, queda en cuestión que los efectos de verdad de la interpretación sean verdaderos o falsos en relación con la verdad del goce que se articula en el fantasma. Si la interpretación se limita al plano significante, su valor se reduce a un efecto de verdad. Al respecto dice: "En la medida en que el significante es lo que representa a un sujeto para otro significante, todo lo que hagamos que se asemeje a este S(%) corresponde a nada menos que la función de la interpretación" y acota que "Esto no es más que un hito en el camino".[5]
Por lo tanto, se pueden ubicar, en la articulación entre la interpretación y la verdad, dos direcciones contrapuestas. Una, si la interpretación se reduce a un efecto de significación. Otra, si se orienta por lo que queda velado por el desciframiento del inconsciente, a saber, la relación del sujeto con el objeto. Es en esta dirección que la lógica de la cura se ordena a partir de la lógica del fantasma. En cambio, si la interpretación se reduce a un efecto de significación, la práctica del psicoanálisis se vuelve sugestión.
En esta última clase, Lacan señala que el discurso inconsciente en su consistencia lógica se define a partir del principio de bivalencia, como recién decía, de la posibilidad de que de un enunciado se pueda decir que es V o F.
Sin embargo, la verdad del inconsciente no depende de los enunciados, sino de sus fallas. Es por eso que para él: "La relación con la verdad es imposible de excluir" ya que afirma que "si la interpretación no tiene esa relación con lo que solo puede llamarse verdad, no puede ser sino aquello tras la cual la resguardamos". Y más aun, dice que "Si la interpretación es solo lo que aporta material, si eliminamos radicalmente la dimensión de la verdad, toda interpretación es mera sugestión".[6] Así de taxativa es la posición de Lacan al respecto.
Ahora bien, que en el horizonte de la interpretación esté la verdad del goce no depende de ella per se,sino de la posición del analista. En este sentido, si la posición del analista se reduce a resguardarse en la equivocidad del SsS, entonces la práctica del psicoanálisis se degrada a la sugestión. Por lo tanto…
A modo de una conclusión, que más vale es una escansión en este estado de trabajo, podemos afirmar con Lacan que "el discurso analítico está destinado a cautivar la verdad, y en él, esta es representada por la respuesta interpretativa. La interpretación como algo posible, aunque no se produzca, es lo que orienta este discurso".
La dimensión interpretativa, la "respuesta interpretativa", está presente desde el comienzo de un análisis como aquello que se produce por efecto de la asociación libre, incluso más allá de que la interpretación se enuncie como tal. En este sentido, la regla fundamental no tiene como función sino la de dar cabida a la interpretación en la medida en que, con ella, también se da cabida a la verdad del goce. ¿De qué modo?
Ese lugar de la verdad en reserva,[7] que la interpretación instituye, es el que ocupa el analista.[8] Y agrega: "Observen que él lo ocupa, pero que no es ahí donde el paciente lo pone. […]. En otras palabras, su situación es inestable: entre la posición falsa de ser el sujeto supuesto saber –y bien sabe que no lo es– y la de tener que rectificar los efectos de esa suposición hecha por el sujeto –y esto en nombre la verdad–".[9]
Se obtiene así, con la lógica del fantasma, una orientación para la posición del analista en la dirección de la cura. Una posición tal que se sostenga en la hiancia entre lo falso y verdadero de la transferencia, del inconsciente y de la interpretación, para poder operar sobre lo que a esta altura de su enseñanza nombra como la rectificación de relación del sujeto con la verdad de su goce.
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