REFERENCIAS


DE CARTELES

Los carteles y la Escuela

Javier Aramburu

En el escrito del 11 de marzo de 1980, titulado D 'Ecolage (Desescolado-Decolaje) de la Escuela, Lacan llama a despegarse de la EFP mediante el trabajo de disolución. Agrega que hay una culpa de Freud: haber dejado a los analistas sin recursos y encima sin otra necesidad que la de sindicarse. Lacan dice que nos deja las ganas de ex-sistir, y no sin recursos, pues propone la Causa Freudiana, que se sostiene no con la sindicalización sino en la ex-sistencia: un real que no hace todo.

El recurso de la Causa Freudiana, su base, son los carteles, que él ordena en cinco puntos. Quisiera comentar de ellos que, en primer lugar, se trata de un dispositivo de trabajo que debe «tener un producto propio de cada uno y no colectivo». El cartel, pues, como dispositivo de trabajo, conjuga el lazo social que permite la producción con la palabra contingente de cada uno. Rompe lo anónimo de la causa, la irresponsabilidad burocrática de lo colectivo, de la sindicalización, que impide cualquier crítica y por lo tanto devalúa la producción, reduciéndola al conformismo del standard de las beatitudes. Pero también rompe con la dispersión de las errancias y el individualismo de las suficiencias. El cartel es el lazo social que permite la producción de un saber no acabado, es decir, de cada uno con los otros.

El efecto de la sindicalización es el pegoteo de la masa; de hecho —nos dice— es este pegoteo el que hay que prevenir. Agrega que la Causa Freudiana no es Escuela, es Campo. Recién el 22 de octubre de 1980, siete meses después, en la carta a la Causa Freudiana, ésta, Campo hasta entonces, tendrá su Escuela. El pegoteo es retomado nuevamente el 18 de marzo. Dice: «Se trata de que la Causa Freudiana escape al efecto de grupo que les denuncio». «De donde se deduce que sólo durará por lo temporario, quiero decir, si uno se desliga antes de quedar tan pegado que ya no pueda salir». Pero antes ha dicho:

«Vayan. Júntense varios, péguense uno a otro el tiempo que haga falta para hacer algo y disuélvanse para hacer otra cosa». «Eso o el pegoteo es seguro» —concluye.

Hay pues una secuencia: pegarse para trabajar-producto de cada uno despegue. El producto es de cada uno, pero para el conjunto. El vínculo social con los otros hace posible el trabajo común, pero no colectivo. El más uno provoca la elaboración. El producto de cada uno es puesto a cielo abierto para la comunidad analítica. Habrá, pues, crítica, no saber acabado, enseñanza antes que suficiencia didáctica —«la enseñanza del

psicoanálisis no puede transmitirse de un sujeto a otro sino por las vías de una transferencia de trabajo». El vínculo social, pues, no se abandona. Está antes en la reunión y elaboración del cartel y después en la puesta en discusión del producto a la comunidad analítica en la tarea de crítica.

Hay un producto de trabajo que vuelve a conducir a la praxis original del psicoanalista, esto es, a interpretar la teoría, pero con la práctica de esa teoría, y a interrogar también al deseo del analista, sostén de esa práctica. La práctica de ese trabajo de transferencia es el cartel que liga a cada uno con los otros. Lazo social que no haga masa, esa es la apuesta del cartel.

Si no hay Escuela sin cartel, puede haber cartel sin Escuela. De hecho, al Campo, que es la Causa Freudiana, Lacan la fundó en relación a los carteles: «restauro a su favor el órgano dc base tomado de la fundación de la Escuela». No hay Escuela sin carteles, pero ésta no se reduce al cartel. Si queremos una Escuela, a esa base que es el Campo, en el cual están esos carteles, a ese dispositivo de trabajo en común, donde cada uno es con los otros, hay que articularlo con el lugar donde «procederá el AME, si era de la Causa Freudiana». «El pase producirá el AE nuevo».

Pero —aquí la sorpresa— no hay Escuela sin crisis, pero tampoco sin solución-disolución. Crisis entre los carteles y las nominaciones, así como entre los AME y los AE, etc. Esta falta de armonía beatificante nos da una temporalidad que rompe con la continuidad de lo que no cesa de escribirse, de lo incesante de una escritura que eterniza. Las ganas de existir hacen a la contingencia, o si se quiere, al tiempo necesario para ser contingente. Esta raíz lógica del tiempo de la Escuela, que se quiere psicoanalítica, escandida por crisis y disoluciones, es lo que nos permite decir que ella no está para cerrar la hiancia de lo real y que sus impasses impiden un saber atesorado en la impotencia de lo acabado.

Pero ¿por qué llamar «hora cero» a este momento del Campo? Creo que sólo podemos decir que el cero no es el equilibrio de todas las deudas del intercambio sociológico. Ni el significante de la omnipotencia del Otro. Ni es empezar de cero lo que hace olvidar que lo real no espera todo de nosotros. Quizás sería «mejor» llamarlo «hora menos uno», para no hacer espejismo con el tiempo dc suspensión en una ilusión de continuidad, de retorno de lo igual en lo previsible.

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Publicado en Uno por Uno, número especial, marzo de 1991 y en Javier Aramburu, El deseo del psicoanalista, Tres Haches, 2000. Agradecemos a Florencia Dassen la autorización para publicarlo en Cuatro más Uno.