La fundación de la Delegación Mendoza de la EOL llegó para nosotros con la forma del acontecimiento imprevisto, pero hago una salvedad, imprevisto pero no incausado. La Escuela y el IOM2, instancias que promovieron este movimiento, lo nombraron como una Aufhebung. Este término alemán, de gran importancia en la filosofía de Hegel, implica “elevar”, “superar”, “suprimir”, así como “conservar”. Entonces, nombra al mismo tiempo aquello que cambia antitéticamente, como aquello de lo precedente que se transforma.
Empezaré por hacer un brevísimo recorrido de las coordenadas en las que se produjo la fundación, para intentar luego ubicar el lugar del cartel, que es de gran importancia en este paso.
El CID Mendoza del IOM2, en palabras de Daniel Millas, su director al momento de la Aufhebung, se disuelve porque ha cumplido su objetivo. La forma del Instituto y su presencia en la provincia da paso entonces a la “forma Escuela”, siendo esta ocasión el primer precedente de dicho movimiento en el ámbito del IOM2.
Hasta ese momento, el dispositivo del cartel en Mendoza había sido habitado tanto por miembros como por participantes, a título personal. Es decir, en una lógica de uno por uno, según el interés de cada quién, y si bien sus producciones alimentaron de distintos modos las conversaciones y actividades realizadas (como mínimo, por el saldo de saber que la experiencia produce en cada cartelizante), no había en nuestro medio una instancia institucional que se ocupase directamente de este dispositivo y la política asociada a su implementación.
Con la fundación de la Delegación de la EOL en Mendoza, esto cambió. Por supuesto, se mantiene la lógica del uno por uno, que es inherente al cartel, pero se establece la Secretaría de Carteles, cuyo responsable es a su vez, junto al coordinador y la secretaria, miembro de la Coordinadora.
Así el dispositivo toma una función preeminente en esta nueva forma, que constituye, a mi modo de ver, una apuesta de la Escuela.
En cuanto a pensar la función del Cartel como apuesta hacia la Escuela, partiré de la premisa de que, contando con la estructura institucional, es necesario aún sostener el pasaje y la puesta en juego de la lógica de Escuela. En palabras de Graciela Brodsky, que junto a Adriana Testa y Luis Tudanca conforman la Comisión Ad-hoc que acompaña y orienta este tiempo inicial, la Escuela es una escuela sin alumnos, y su lógica es la de la interrogación. Gira en torno al agujero en el saber que abre la pregunta sobre ¿qué es un psicoanalista?
Esto supone también un cambio en lo que podríamos llamar la orientación de las transferencias. Si bien la transferencia tiene su lado indómito, el hecho de que en el Instituto haya docentes y participantes inclina la balanza hacia suponer y esperar obtener un saber de aquellos que ocupan los lugares de docencia.
El cartel es un dispositivo privilegiado a la hora de subvertir esta orientación, ya que se trata de la producción de un saber por cada uno de sus miembros, que, agrupados bajo un tema común, realizan una elaboración propia orientados por la particularidad de su rasgo. J.-A. Miller, en “Cinco variaciones sobre la «elaboración provocada»”[1], afirma que el discurso que conviene al cartel es el de la histeria, que no detenta el saber, sino que provoca el deseo de saber. Así favorece el pasaje del agujero en el saber al deseo de saber, de lo real a la causa. Me parece claro que ese movimiento, vía el cartel, conviene, concierne y atraviesa a los distintos lugares de la Escuela, por lo que Lacan propuso esta invención como uno de sus órganos fundamentales.
Es también prueba de dicha importancia, el hecho de que ante la pregunta sobre qué hacer en el tiempo que transcurrió entre el anuncio de la Aufhebung y su concreción -que tomó el nombre de “Movimiento hacia la Delegación”- la respuesta de la Comisión Ad-hoc fue “¡Cartelizarse!”
Llego por último al momento actual. Y me interesa destacar especialmente la vertiente que hace del cartel un modo de estar en la Escuela.
Desde la perspectiva de la pertenencia formal, léase membresía y -en Mendoza- condición de asociado, la Escuela puede inscribirse como conjunto finito y cerrado. Es posible escribir la lista de Miembros y Asociados y es evidente la importancia de contar con ella y de los dispositivos de admisión que la regulan. Sin embargo, el cartel perfora esa lógica ubicando a la Escuela como conjunto abierto y en cierta conexión con la contingencia. Dado que el cartel no es tal sin su inscripción, la condición de cartelizante puede pensarse como una pertenencia transitoria -que puede muy bien dar lugar a un deseo de entrada- pero que permite a cualquiera que se cartelice, enlazarse, aunque sea fugazmente, a la causa analítica mediante la transferencia de trabajo y la producción, que es al mismo tiempo valiosa para la Escuela y para el cartelizante.
Entonces, hacia el interior, la apuesta es promover la transferencia de trabajo entre los colegas imbuidos en la lógica de la Escuela, y hacia el exterior, ser el borde permeable que se abre hacia la comunidad analítica y la ciudad en general.
Claro ¡hay mucho trabajo por delante!
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