4 Más uno

NUEVA SERIE #1

Apertura de las 1ª Jornadas conjuntas de carteles y GEM

Graciela Brodsky

Mesa de apertura

En ocasión de las primeras Jornadas conjuntas de Carteles y G.E.M. de la E.O.L. he pensando la cuestión de los carteles desde tres perspectivas.

La primera es la institucional. En este sentido, el Cartel ha sido concebido por Lacan como una herramienta, quizás la más potente, contra la burocracia institucional. Su poder se demostró antes de la creación de la Escuela, y fue el primer paso que dio en 1991 la Fundación del Campo Freudiano en Argentina para romper con el status quo de nuestros grupos y sociedades analíticas. El disolvente fue un primer catálogo de carteles que permitió a quienes formaban dichos grupos juntarse por primera vez, de a cuatro más Uno, sin verse obligados a elegirse entre sus allegados. El confort del “entre nosotros que pensamos igual” había demostrado ser la suficientemente aplastante como para que la puerta que abría este catálogo precipitara a muchos en la dirección de la Escuela, que nació así profundamente heterogénea.

El Cartel saca a la Escuela de su sede, la hace existir en la ciudad. Es, si ustedes quieren, un medio de infiltración del psicoanálisis de la orientación lacaniana. Seiscientas sesenta y seis personas, que no son miembros o adherentes de la E.O.L. integran estos carteles, que se reúnen no se sabe dónde, en una casa, en un consultorio, en un bar. Los carteles, decía en 1991 J.-A. Miller, son la enseñanza de Lacan en acto. Es la dimensión éxtima del Cartel, interno a la Escuela y, al mismo tiempo, en su exterior.

Este es sin lugar a dudas un aspecto exitoso que debemos alentar, pero la lógica potente del Cartel podría avanzar en el sentido de convertirlo en un órgano de trabajo privilegiado en el interior de la Escuela. Tenemos algo: la Escuela apuesta al interior del Cartel cuando crea la primera comisión científica para la selección de los trabajos para sus próximas Jornadas anuales y cuando vota en Congreso los miembros de los dos futuros carteles del pase. Habría que ver hasta dónde es posible seguir en esa dirección.

La segunda perspectiva que quiero tomar es la de los resultados de estos carteles en término de producción de un saber transmisible. El punto parece menos evidente que el anterior. Las Jornadas de carteles son el espacio para que el saber que el Cartel produjo como saldo en cada uno sea puesto a cielo abierto. También las noches de Carteles y G.E.M. que el Directorio asegura una vez al mes. Cada Jornada en sí ha sido un éxito, por la calidad de la mayoría de los trabajos, por el esfuerzo de exposición, por el debate que han suscitado. Esperamos lo mismo de ésta.

Sin embargo, existe siempre la idea de que la mayor parte del trabajo de los carteles se desconoce, que los cartelizantes son más de mil, y los trabajos puestos a cielo abierto alrededor de ciento treinta. ¿Dónde está el resto? La Escuela no espera ver aquí a los mil cartelizantes, confía en el dispositivo que ofrece y no ejerce sobre el ningún control. Pero eso no significa que la Escuela no quiera saber algo más sobre estos carteles. La función del Más Uno adquiere aquí una importancia que quizás descuidamos. No se trata solo de su presencia en las Jornadas, o de su propio trabajo puesto a cielo abierto, temas que ya nos había inquietado luego de las Jornadas del año pasado y cuya discusión iniciamos. Se trata de que el Más Uno cumpla con la función que Lacan le pide en el Acto de Fundación de 1964, al que, no lo olvidemos, nuestra Escuela se refiere: es el encargado de la selección, de la discusión y el destino que se reserva al trabajo de cada quien.

La última perspectiva desde la cual voy a mirar el Cartel esta tarde se refiere a la dialéctica entre la elección: “cuatro se eligen” y la permutación, incluso el sorteo que Lacan propone en su formalización del Cartel en 1980. La E.O.L. nació, decía hace un momento, profundamente heterogénea, pero los grupos tienden a la identificación, y una Escuela no está libre de la estructura de todo grupo. La tendencia “natural”, si puedo decirlo así, es que los cuatro se escogen entre amigos, entre los conocidos. Por supuesto, hay excepciones, pero no abundan. Por eso quisiera transmitirles el comentario de una colega de la E.C.F., Jo Attie, que dice: “En la E.F.P. yo me reunía habitualmente con amigos para cartelizarme. Luego me di como regla trabajar con personas que no conocía o con quienes no había trabajo nunca antes”. Si en algunos casos esto se lograra, y si de eso resultara un producto transmisible, quizás estaríamos verificando la posibilidad, como lo esperaba Lacan para su Escuela, de un vínculo social inédito hasta el presente.