4 Más uno

NUEVA SERIE #1

El cartel y la formación del psicoanalista

Gabriela Dargenton

Para iniciar esto que esperamos sea un intercambio de ideas y experiencias les cuento que se me presentaba la siguiente pregunta: ¿en qué el cartel –definido por Lacan como “órgano de base de la Escuela”– hace existir la forma Escuela? Así mismo me pasa que, al término de cada reunión de cartel (más o menos lograda o más o menos fallida) experimento algo de esa pregunta que se hacía Lacan cuando decía: “lo que el psicoanálisis enseña, ¿cómo enseñarlo?”. De estas dos preguntas es que quisiera ubicar algunos puntos de consecuencia en la política de la formación del analista.

Situaría en tres puntos la respuesta a ambas preguntas.

Ese pequeño grupo, que se reúne con un fin y se disuelve al cabo de un tiempo conserva para sí una especie de aporía interna a su constitución: mientras va a buscar la producción de saber a partir del tema central que los convoca, se encuentra con el agujero de saber que lo centra. Vale decir que en esta perspectiva ética del cartel encontramos una de las consonancias con la forma Escuela: no hay un ser del psicoanalista, no hay el predicado que diga qué es ser psicoanalista y esto está en el centro de la Escuela de psicoanalistas. Todo tapón a esto hace peligrar la existencia del psicoanálisis por quererlo transformar en una consistencia; y cualquier tapón al agujero del saber central y estructural a todo lazo, puede desviar al cartel de la producción de una elaboración provocada, a una elaboración universitaria del saber u otras variantes. Jacques-Alain Miller en su viejo artículo señala las variantes en las que se puede desviar esa elaboración del cartel. En este sentido vemos porqué decimos que el cartel es un aparato anti pedagógico (la formación también: hay más saltos que escalones…).

El segundo punto que comparte con la Escuela atañe a lo que la forma cartel tiene de lógica colectiva. Pienso que es lo que Lacan custodia con la permutación del cartel: cuida que no se produzca el pegoteo del grupo, y de modo directo le apunta a Freud (padre del psicoanálisis) para señalar que “la necesidad de sindicarse” deviene de Freud, mientras que él procura otras ganas, las de existir… Imposible no pensar en el cartel como ese órgano de base que, siendo grupo, no es un gremio. La función del Más Uno acá es importante también porque despeja las posibles identificaciones que el grupo puede tener, en favor de velar por un resto singular que vaya haciendo la huella de ese, con los otros: “Aclaro: producto propio de cada uno y no colectivo” (Lacan, J., Decolage, 1980).

El tercer punto es la relación del cartel a la admisión en la Escuela. Esta relación política entre cartel y admisión atraviesa el plan Lacan desde la Escuela del 64 y era una de las formas de entrar a la Escuela; luego de la disolución y Lacan dirá en el año 80: “lanzo la Causa Freudiana y restauro en su favor el órgano de base tomado de la fundación de la Escuela, o sea el cartel, cuya formalización, tomando en cuenta la experiencia, afino”. Vemos el carácter fundamental de Escuela que el cartel tiene para Lacan. Hoy, y desde hace pocos años, la EOL aloja en un cartel a los miembros que ingresan para encontrar con ellos la realización de un trabajo de Escuela que atraviesa su interés político. Es decir que hay una vigencia de la política de la formación y el cartel

La comisión de carteles de la sección Córdoba ha recortado un tema que pone a discusión esta vez, el rasgo. Algo que se encuentra en el origen de la constitución de cada cartel como la insignia, el nombre que cada uno llevará durante dos años y de lo que se espera un producto, un resto que cae de esa conversación en esa “micro sociedad”, que con una periodicidad singular para cada conjunto, celebra cómo se ha embrollado, apalabrado y quizás desembrollado al rasgo. El rasgo es también, mutante. Dialectizarlo, dejarse atravesar por lo que va pasando y “no estaba ya allí”, obtiene en ocasiones ajustes que ciñen mejor el objeto que cada quien persigue… o encuentra. El rasgo a veces es más evidente al final, que al principio. En este sentido su viaje es homólogo a los trayectos del análisis: después se ve con más claridad lo que había al comienzo, se hace más legible y se transforma –quizás– en escrito hacia el Otro que la Escuela constituye, ese resto esperable pero impredecible también.

Una solución invisible, es el sintagma que utiliza Miller para nombrar al cartel en el principio mismo de una Escuela.