4 Más uno

NUEVA SERIE #1

Más de un tiempo...

Natalia Andreini

En el trabajo compartido entre los integrantes de la comisión de carteles fuimos afectados por un texto de Éric Laurent que toma un recorrido de Lacan con el que arriba a un tratado de ética en el que define el lugar del psiquiatra-psicoanalista en la escena de la segunda guerra mundial.

A este artículo Éric Laurent lo llamó “Lo real y el grupo” en él comenta el texto de Lacan: “La psiquiatría inglesa y la guerra” (1945-1946).

El de Lacan es un texto que evidencia un rasgo de escritura singular. Comienza con el relato de un viaje o, mejor dicho, de un arribo que dura unas semanas, en el que no deja de admirarse con lo que encuentra.

Claramente está allí, en Inglaterra, en busca de algo nuevo. Las letras que elije para trasmitirlo no dejan de sorprender, por ejemplo, al describir la ciudad destruida por la guerra dice que, si bien es una ciudad con las marcas de una guerra, no se acomodaría al término de “ruina” para definirla.

También, encuentra que la intrepidez de ese pueblo reside en una relación verídica con la realidad. Que se lleva bien con la bella palabra “realismo”.

No deberíamos suponer que es casual el hecho de que al final del texto se explaya acerca del rasgo que define al hombre moderno: “la docilidad”. Sabemos que es al superyó, no sin la tiranía de la pulsión de muerte que opera desde una de las caras del mismo superyó.

En la textualidad podemos leer la verdad que Lacan anuncia, no sin ironía:

A decir verdad, los riesgos que tal respeto comporta para los intereses colectivos se vieron reducidos a proporciones ínfimas, y pienso que esta guerra ha demostrado suficientemente que no es de una indocilidad demasiado grande de los individuos de donde vendrán los peligros del porvenir humano. Está claro desde entonces que los oscuros poderes del superyó se coaligan con los más cobardes abandonos de la conciencia para llevar a los hombres a una muerte aceptada por las causas menos humanas, y que todo lo que se presenta como sacrificio no por ello es heroico. (p. 131)

Es la gran lección de la guerra. Siempre conservada por Lacan y más que vigente que nunca en nuestros días. Éric Laurent decide nombrarlo en términos de “lo patético del hombre moderno es la docilidad”.

Lacan, antes de afirmación citada, rescata aquellos modos en que psiquiatras ingleses, entre ellos Bion, operaron a través del dispositivo del grupo para abordar situaciones generadas por la guerra y sus consecuencias. Con una efectividad social, que reside en la lucha contra la muerte que opera en la civilización. Por las vías propias del superyó.

Es por esta vía que encontramos los hilos conductores de la genealogía del pequeño grupo. Es en lo desarrollado por Bion que Lacan verificó los efectos del trabajo en el pequeño grupo.

Mas adelante y conduciendo la “doctrina de la escuela”, le llamará: cartel.

Y hará de él la base de una institución para el psicoanálisis. Subrayo “para” el psicoanálisis.

Me interesa situar ese interés por el pequeño grupo en un contexto más vasto, aquel de la puesta a punto de los principios de acción del psicoanálisis que inciden en el campo social en su conjunto.

Opera frente al “para todos” nivelador al que Lacan opone la búsqueda pragmática de una homogeneidad en los grupos con el objetivo de una tarea precisa. Lo que le interesa del pequeño grupo es que no apunte a lo universal.

Ese “para todos” propio de la iglesia, del ejército.

Es en esta dirección que Lacan pondera el pragmatismo en la medida en que puede ser un instrumento de lucha contra el universal ciego, en el que ubicamos los senderos de la docilidad, frente a la cual el tratamiento no es la indocilidad en tanto es la otra cara de lo mismo. Nos preguntamos ¿entonces? Es allí que Lacan considera a la psicología de grupo como una “revolución”.

Revolución ¿en qué términos? ¿A qué se refiere con ese término en este texto? Se refiere a una experiencia que apunta en otra dirección que lo universal.

Entonces el ir en contra del universal no es para ser pregonado, dicho, sino que lo propone como una experiencia vivida con otros, en el pequeño grupo, en pos de una tarea precisa, diremos, una invención.

Hermosa manera de enunciarlo hoy… Un hoy en el que las coordenadas que se impusieron a nuestra experiencia cotidiana y el tiempo ponen algunas cosas en el banquillo.

El tiempo que, en su función de corte, opera desde el comienzo en el pequeño grupo “Cartel” bajo la forma de la disolución.

Dirigiéndose a nosotros, que lo queremos escuchar, nos dice Lacan: “Vayan júntense varios, péguense unos a otros el tiempo que haga falta para hacer algo y disuélvanse para hacer otra cosa”. ¡Para hacer otra cosa!

El tiempo en tanto disolución está en el corazón del grupo y sus lazos.

Con esta versión del tiempo, incluye lo imposible, lo alberga en su centro. Así, los lazos entre los que nos pegoteamos en el pequeño grupo, alojarían lo imposible.

En esta referencia al tiempo hago un paréntesis, no un corte, un paréntesis. Y digo que, en plena cuarentena, el tiempo metió la cola, como se dice respecto del diablo y evidenció lo incumplible de la superyoica promesa que la tecnología y la ciencia le hacen al hombre moderno, y lo ubican dócil a la espera de un saber y un poder a cerca de lo real de la sexualidad y de la vida. Hoy el tiempo que llevamos esperando esa respuesta puede darnos la pista de que “eso falló” “eso está fallando” y podemos decirlo…

Si bien el sentido común busca explicarlo por los benditos protocolos, hoy la respuesta no está…

El tiempo metió la cola.

También, en el marco de los vínculos vía online, presenciamos, en más de una ocasión, a un sujeto que dice, dirigiéndose a la pantalla: “te extraño” para llegar a una amigo o partenaire que, supuestamente, está detrás. Ese grito revela alguna grieta. Respecto de la sólida y completa promesa “para todos iguales” y dóciles.

El intersticio del tiempo agrieta algo de esas promesas hechas por la ciencia asociada a la tecnología. Ese es tiempo que vivimos con el cuerpo.

Ese tiempo el de la duración, por ende, el de la prisa no es el mismo tiempo paradojal que define al infinito como el producto del cálculo en el que el cuerpo de la tortuga no se encontrará con el de Aquiles. Este si aloja, en su interior, lo imposible.

Lo imposible del tiempo prendió fuego a algunas certezas, habrá que ver si encontramos las maneras de recoger esas cenizas. No sin la orientación que Lacan en el marco de una escuela para el psicoanálisis.

Orientación que nos permite evidenciar, en el texto aquello de la guerra que transformó a la psiquiatría, de allí en más los hallazgos singulares hacen sus marcas al universal ciego, tomando otra dirección. Esto implica un consentimiento, que difiere radicalmente del par: docilidad-indocilidad.

BIBLIOGRAFÍA